¿A qué baño debo ir?

Estamos acostumbrados a que si estamos en un bar, un centro comercial o un edificio estatal, existan baños públicos, libres y gratuitos que dan respuesta a nuestras necesidades o urgencias fisiológicas. Lo normal es que un adulto, con un consumo de líquidos razonable, elimine una a dos tazas de orina cada vez que vacía su vejiga (entre 200 y 500 mililitros), y que orine entre 4 y 6 veces durante el día y a veces durante la noche.

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Aunque intentes relajar los músculos que rodean tu uretra o evites colocar presión adicional en la vejiga, o adoptes posiciones diferentes o evites agitar o sacudir tu cuerpo o eludas pensar en agua, cataratas y lluvia, en algún momento deberás ir al baño. Y si estás en un lugar público, ese baño también será público. ¿Qué pasaría contigo si el baño que necesitas usar es de “género neutral”?

Un baño de género neutral es un lugar que cuenta con cubículos individuales en su interior, pero a los que cualquier persona pueda tener acceso para hacer sus necesidades. De esta forma, se estaría combatiendo la mentalidad de “sólo existe lo masculino y lo femenino”.

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El tema de los baños unisex se polemizó en el 2015 cuando la Casa Blanca abrió uno. La medida adoptada en West Hollywood -ciudad pionera en E.E.U.U. en la incorporación de los baños públicos unisex-, cuenta con un gran número de bares y restaurantes cuyos baños presentan estas características.

Los sanitarios compartidos siguen siendo lo más común en países como Ghana, China y la India, y son populares en muchos otros puntos del hemisferio oriental. En su libro “Damas y caballeros: baños públicos y género”, las investigadoras Olga Gershenson y Barbara Pender señalan que los baños segregados por sexo son un invento moderno y occidental, ligados a la urbanización.

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Aparentemente la mediada de baños compartidos arrojaría una solución a algunos inconvenientes existentes: les sacaría un enorme peso de encima a aquellos papás que tienen que acompañar a su hija pequeña al baño, o a aquellas mamás que tienen que hacer lo mismo, pero con su hijo. También están las personas con necesidades especiales (físicas, mentales o en edad avanzada) que necesitan de la ayuda de otro para poder ir a un baño. ¿Cómo lo hacen si quien les puede ayudar es del sexo contrario?

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Por otro lado, ya no se presentarían largas colas frente al baño femenino, mientras el público masculino fluye naturalmente frente al suyo; la espera sería compartida. Es una elección también funcional: la política de habilitaciones que en muchas ciudades exige la existencia de tres baños, uno para mujeres, otro para varones y un tercero con instalaciones para discapacitados (éste último puede ser unisex). Cuando el espacio escasea, los empresarios gastronómicos reconocen la dificultad de cumplir con esta disposición. La construcción de un baño único, sería una inestimable solución a un problema estructural, optimizando los espacios disponibles.

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El primer obstáculo es una preocupación por parte del público, especialmente el femenino, sobre la intimidad. Los que están en contra sienten que la medida vulnera su intimidad. La incomodidad que puede producir en algunos, es producto precisamente de la no separación en masculino/femenino. Ser vulnerable es un aspecto de la intimidad. Es el momento en el cual la persona baja los escudos que carga todo el día frente al mundo exterior.

El pudor está en relación con el sentimiento de vergüenza. El pudor, pues, tiende a guardar un equilibrio entre privacidad y comunicación. El lenguaje del pudor es una realidad evidente de la especie humana, una realidad innegable de la naturaleza humana.

Ese es el principal obstáculo para la implementación de “baños neutrales”. Y si la incomodidad y el pudor son escollos que se logran dejar atrás con la costumbre, ¿estamos frente a los baños públicos del futuro?

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