El infernal círculo de la violencia machista

Asesinado por ser hombre. Muerto por haber nacido con un sexo que una parte de la sociedad considera inferior. Víctima de abuso sexual por exhibir sus varoniles atributos en el transporte público. Ignorado por la policía y los tribunales porque en lugar de quejarse debería quedarse en casa, cuidando de la familia.

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Siete de los 10 países más peligrosos para las mujeres están en América Latina. (AFP)

El párrafo anterior describe la vida de millones de personas en el mundo. Pero el género de los adjetivos no concuerda con la realidad. La violencia machista transforma en infernal círculo la existencia de millones de mujeres en el planeta. Varios países de América Latina encabezan la lista de lugares donde nacer hembra significa una condena al maltrato cotidiano y, en casos extremos, a muerte.

Tragedia mexicana

Siete mujeres mueren asesinadas cada día en México. Entre 1985 y 2014 los homicidios atribuidos a la violencia machista segaron la vida de 50,000 mexicanas. Los episodios violentos no letales afligen a cuatro de cada 10 mujeres de entre 30 y 39 años. En el transporte público de Ciudad de México el 65 por ciento de las usuarias han soportado alguna forma de abuso relacionada con el machismo rampante.

¿Demasiadas cifras? Lo peor de este alud de datos es que no hay señales de un descenso de la violencia de género en este país. Más bien todo lo contrario.

Porque el desprecio a la integridad de las mujeres está profundamente arraigado en la cultura mexicana. Un tercio de los homicidios ocurren en el hogar. Cerca de la mitad de las mexicanas mayores de 15 años han sufrido algún tipo de abuso por parte de sus parejas. El típico “macho mexicano” aprende desde niño que sus compañeras son meros objetos de sus impulsos sexuales.

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En México un tercio de los asesinatos de mujeres ocurren en el hogar.

Esa deshumanización se infiltra en las instancias que deberían proteger a las ciudadanas. Apenas una de cada cinco denuncias por violación sexual recibe una condena en los tribunales. La abrumadora mayoría de los culpables ni siquiera son detenidos por las autoridades. Con frecuencia los policías, en lo absoluto ajenos a los patrones machistas que prevalecen en la sociedad, prefieren no creer a las víctimas y las envían de vuelta a sus casas, a la “escena del crimen”.

A la justicia mexicana le cuesta aceptar el término feminicidio, que denuncia las muertes como la máxima expresión del machismo, del odio contra las mujeres por el simple hecho de existir. Los jueces reflejan así la resistencia de las estructuras de poder a reconocer que la violencia machista corroe a México, lo desangra.

Al sur el panorama ensombrece. Triste consuelo. El Salvador, Honduras y Guatemala superan la tasa de seis asesinatos de mujeres por cada 100,000 habitantes, una cifra considerada muy alta por la Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo.

En el llamado “triángulo de la muerte”, si bien la mayoría de los homicidios no ocurren en el entorno doméstico, sino en la calle a causa de la inseguridad generalizada, los casos de feminicidio tampoco reciben la atención necesaria de las autoridades. En Guatemala apenas se investiga el dos por ciento de las denuncias de asesinatos relacionados con la violencia machista. En Honduras los tribunales raras veces procesan a los verdugos.

El feminicidio también agobia a las argentinas, brasileñas, chilenas, peruanas, colombianas… El rostro criminal del machismo desconoce las fronteras.

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La violencia machista se perpetúa en un sistema donde los hombres controlan el poder político, judicial y los cuerpos policiales. (AFP)

En manos de los hombres

El fin de la violencia machista depende no solo de la movilización de las mujeres, sino en gran medida del respaldo de los hombres. Porque ellos ocupan la mayor parte de los escaños en los parlamentos, ellos son también mayoría en los tribunales y en los cuerpos policiales. Y por último, mas no menos importante, porque ellos deben asumir su responsabilidad como abanderados de una cultura que promueve el feminicidio.

Los gobiernos deberían entender la violencia de género como una de las manifestaciones de la desigualdad. Mientras persista la brecha en el salario que reciben hombres y mujeres por el mismo trabajo, mientras el acceso a determinadas profesiones siga prácticamente vedado a las candidatas, mientras las niñas sean obligadas a abandonar la escuela porque las familias les imponen una carrera de amas de casa, mientras el sexo se utilice como arma en una guerra no siempre declarada, entonces continuarán muriendo mujeres por el simple hecho de serlo.